Oil painting on canvas. Lombard school of the seventeenth century. The gentleman is portrayed standing, life-size, inside the house; he rests his right hand on a small table covered with red velvet, under a window that opens onto a large river landscape. Near his feet, on the left, the faithful dog, also in a dignified and composed pose; the rich golden and worked metal collar stands out at its neck, embellished with a pendant with a hard stone. The black suit in which the man is dressed almost completely merges with the dark and dark background of the room, if not for the reflections on the sleeves of the light that enters through the window and for the delicate white lace of the ruff and cuffs that frame the rosy complexion of the face and hands. The qualitative rendering of the work is remarkable, in particular in the face, well defined in its features and expressive, as well as in the anatomical features of the animal, whose gaze is as intense and penetrating as that of the owner. The portrait is part of that extensive portrait production that from the end of the sixteenth century becomes, in Lombardy in particular with Moroni, no longer just an official and elite presentation of important characters, but a representation of people in their naturalness, in their true essence, portrayed in less static poses and in less official environments. Restored and relined, the painting is presented in a beautiful carved and gilded wooden frame from the early 1900s.
Pintura al óleo sobre lienzo. Escuela lombarda del siglo XVII. El caballero está representado de pie, a tamaño natural, en el interior de la casa; apoya su mano derecha en una mesita cubierta de terciopelo rojo, bajo una ventana que se abre a un gran paisaje fluvial. Cerca de sus pies, a la izquierda, el fiel perro, también en una pose digna y compuesta; en su cuello destaca el rico collar de metal dorado y trabajado, adornado con un colgante con una piedra dura. El traje negro con el que está vestido el hombre se funde casi por completo con el fondo oscuro y tenebroso de la sala, si no fuera por los reflejos en las mangas de la luz que entra por la ventana y por el delicado encaje blanco de la gola y los puños que enmarcan la tez sonrosada del rostro y las manos. La representación cualitativa de la obra es notable, en particular en el rostro, bien definido en sus rasgos y expresivo, así como en los rasgos anatómicos del animal, cuya mirada es tan intensa y penetrante como la de su dueño. El retrato forma parte de esa amplia producción retratista que a partir de finales del siglo XVI se convierte, en Lombardía en particular con Moroni, ya no sólo en una presentación oficial y elitista de personajes importantes, sino en una representación de personas en su naturalidad, en su verdadera esencia, retratadas en poses menos estáticas y en ambientes menos oficiales. Restaurado y reentelado, el cuadro se presenta en un hermoso marco de madera tallada y dorada de principios del siglo XX.
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